LO ORGÁNICO Y SABROSO EN EL ARTE
En su proceso de investigación para desarrollar nuevas expresiones artísticas el arte ha utilizado una infinidad de materiales y técnicas apropiadas para su manejo y transformación. La concepción tradicional de los artistas pasaba por la idea de perpetuar su obra, siendo el soporte físico y material objeto de numerosos estudios y pruebas para asegurar su durabilidad en el tiempo. El objeto artístico ha sido, (y lo sigue siendo) un objeto valioso que se expone, se transporta, se vende y se admira bajo un contexto determinado. Pero un cierto número de artistas y de movimientos se han encontrado más desenvueltos en sus planteamientos conceptuales con objetos cotidianos, sacados de su contexto y materiales orgánicos, más vulnerables y perecederos, pero dotados de un halo de realidad incomparable para mostrar la concepción artística de la vida cotidiana.
Heredero de estos movimientos es Jeff Koons, quien plantó literalmente un gigantesco perro, Puppy, de 
Pero otros materiales están irrumpiendo en el arte conceptual del siglo XX. Algo orgánico, suculento, capaz de cautivar el deseo en su justa preparación o la repugnancia en su proceso de descomposición. Materiales que se escapan al dominio del artista, pero que aun así trabaja para transmitir ideas y sensaciones inmanentes a nuestra propia experiencia vital. Objetos cotidianos, reconocibles por casi toda la humanidad y que suscitan desconcierto cuando se sitúan en un espacio tan restringido hasta ahora como los museos y las salas de exposición. Los alimentos, la comida, las materias primas orgánicas de la cocina han entrado dentro de los discursos de numerosos artistas y colectivos, en un uso desvirtuado de ella en cuanto a mera necesidad nutritiva del cuerpo. La comida como objeto del arte nos sitúa en una encrucijada conceptual, en la que vemos con una claridad total la capacidad expresiva de los materiales presentes en la naturaleza, que han estado vivos y animados y a los que en determinadas ocasiones se les priva de su defunción natural perpetuándolos mediante diversas técnicas en las obras que los encierran. En una sociedad del consumo como la occidental, era de prever que la comida, democratizada y al alcance de todos se convirtiese en un icono por si mismo y en portadora de numerosas metáforas estéticas y vitales, tan del gusto de los artistas conceptuales.
Numerosos artistas han incorporado alimentos reales a sus obras. Daniel Spoerri, Marcel Broodthaers, Meter Fischili, David Weiss, Paul McCarthy, Alison Knowles, Antoni Miralda o Rirkrit Tiravanija entre otros han utilizado los alimentos desvirtuándolos de su naturaleza comestible para pasar a ser objetos destinados a la contemplación. El performance ha sabido explotar como ninguna disciplina las posibilidades conceptuales de la comida. La artista Vanessa Beecroft en su acción VB52 sentó en una gran mesa corrida a 32 modelos enfrente de una colección de viandas con el denominador común del rojo en su color predominante. Tomates, cerezas, vino, fresas, espaguetis, todo dando un aspecto inquietante, apenas tocado por las modelos que contemplan la comida con una expresión de asqueo en sus rostros[2]. Otros artistas de la acción contemplan la comida en sus performances de un modo más lúdico y participativo, como Alison Knowles, miembro fundadora del grupo Fluxus, quien en
1962 creo una acción colectiva que invitaba bajo el sugestivo nombre de Make a salad a fabricar una gigantesca ensalada compuesta de lechuga, pepino, tomate, zanahoria con una vinagreta de aceite, vinagre balsámico y finas hierbas. Esta acción se volvió a repetir en el Tate Modern en 2008, reuniendo a unas 3.000 personas que observaban como la artista escoltada por una legión de cocineros tiraba los ingredientes de la ensalada desde una planta superior hacia una gigantesca tela verde, que hacia las veces de ensaladera. En un acto participativo se buscaba la comunión entre arte y comida, pero haciendo valer la condición artística de la autora frente a sus capacidades culinarias.[3] Gordon Matta-Clark fue más allá por su parte, utilizando técnicas de cocción como la fritura para hacer sus Photo-Fry. En su poética conceptual y amiga de los objetos diarios, estuvo especialmente atraído por la cocina llegando a abrir un restaurante en Nueva York gestionado por artistas[4]. ¿Serian sus fotos fritas parte de la carta?

Desde Leonardo, la cocina ideada por los genios del arte no ha suscitado un especial interés por parte del gran público (Leonardo casi muere a manos de unos descontentos comensales en el restaurante en el que trabajó) porque en su mayoría obedecen más al gusto estético de sus autores que a la cuidada selección de elementos sabrosos que practican los cocineros. Para los artistas el hecho de insertar alimentos o técnicas y materiales propios de la cocina en las obras obedece a una intención más expresiva que culinaria, trasladando al igual que otros objetos de la vida cotidiana al mundo del arte en pos del discurso artístico, sin importar en la mayoría de las ocasiones el natural tratamiento de un cocinero hacia su materia prima diaria. No hay pie para la confusión en el uso de los alimentos en el arte. Estos son un medio en sí, no son los protagonistas de la puesta en acción. Pero, ¿que sucede cuando un chef se arriesga a pasar del ámbito de su cocina al mundo de lo artístico?
[1] Esta obra fue titulada por sus autores the undesirables, presentada en el 2000 como parte de la instalación Apocalypse. Su composición consta de basura, ventilador, tres proyectores de luz con gelatinas de colores y una maquina de humo. LINDEMANN, A.: Coleccionar arte contemporáneo. Barcelona, Taschen, 2006., p. 256.
[2] LINDEMANN, A.: op.cit., p. 54-56
[3] HAMILTON, R. TODOLI, V. Comer para pensar. Pensar sobre el comer. Actar, Barcelona, 2008.,
p. 97
[4] (http://www.elpais.com/articulo/arte/Matta-Clark/artista/destructor/elpbabart/20060701elpbabart_1/Tes)
[consultado el 12-5-11]

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