LO ORGÁNICO Y SABROSO EN EL ARTE
En su proceso de investigación para desarrollar nuevas expresiones artísticas el arte ha utilizado una infinidad de materiales y técnicas apropiadas para su manejo y transformación. La concepción tradicional de los artistas pasaba por la idea de perpetuar su obra, siendo el soporte físico y material objeto de numerosos estudios y pruebas para asegurar su durabilidad en el tiempo. El objeto artístico ha sido, (y lo sigue siendo) un objeto valioso que se expone, se transporta, se vende y se admira bajo un contexto determinado. Pero un cierto número de artistas y de movimientos se han encontrado más desenvueltos en sus planteamientos conceptuales con objetos cotidianos, sacados de su contexto y materiales orgánicos, más vulnerables y perecederos, pero dotados de un halo de realidad incomparable para mostrar la concepción artística de la vida cotidiana.
Marcel Duchamp abrió las puertas del arte a los objetos cotidianos con sus ready mades. Trasladando un urinario al museo banalizó la idea consagrada de la nobleza inmanente de la obra artística, haciendo valer más la firma del autor que la propia calidad matérica de la obra. El concepto se configura como ingrediente fundamental en la consecución de la obra más allá de convencionalismos formales o estéticos. En esa línea, los movimientos posteriores a las vanguardias del siglo XX siguieron reafirmando la idea de que el soporte físico de la obra estaba supeditado al concepto y no al revés, como se había venido dando durante la historia del arte. Posterior a las vanguardias se dio un nuevo movimiento que buscaba en sus raíces un acercamiento a la naturaleza a partir de los diseños y de los materiales utilizados. El organicismo arquitectónico, abanderado por Frank Lloyd Wrigt y Alvar Aalto abrió los ojos de los artistas y los consumidores del arte a un espacio en constante comunión con la naturaleza, que abandonaba la rigidez de los órdenes para centrarse en la flexibilidad natural del medio ambiente. También se dio un movimiento organicista en escultura, con figuras que buscaban la inspiración en la naturaleza mediante materiales propios de ella.
Heredero de estos movimientos es
Jeff Koons, quien plantó literalmente un gigantesco perro,
Puppy, de 12 metros de altura hecho de acero, tierra, tejido geotextil y flores naturales, insuflado de vida mediante un sistema de irrigación interna. El material mundano y orgánico se configura en una mole que custodia el paso de los transeúntes, y que sirve al artista para expresar su monumental concepto del kitsch. Koons no planteo limitación material para su obra. Adapta materiales perecederos para la consecución de un concepto, algo impensable para los grandes escultores del clasicismo. Los artistas povera por su parte fueron de los pioneros en sacralizar los materiales tradicionales para el arte hasta extremos escatológicos, si contamos con la Merde d`artista que enlató Piero Manzoni en 1961. El material orgánico y los desechos les posibilitó un mundo de relaciones basadas en la ironía y el equívoco, orientado en el artista italiano hacia una clara protesta sobre el materialismo en la comercialización del arte. Joseph Beuys trataba inútilmente en los 60 de enseñar arte a una liebre muerta, con un barniz de miel y pan de oro que hacia aun más extraña la escena que contemplaban los asistentes. El concepto se extiende en múltiples variables y todos los materiales disponibles estaban al servicio del mensaje del autor alemán.
Como vemos, los materiales (si se le puede llamar materiales a los animales muertos en las obras) se habían aliado con el artista para la expresión de su ideal estético, campo de investigación para nuevas s
oluciones técnicas o muro de expresión de reivindicaciones socio-políticas. Paradigma de la utilización de lo orgánico en el arte actual es Damián Hirst, quien directamente encierra animales en estanques de formaldehído, muertos y suspendidos en el líquido conservador para el deleite del público y del coleccionista privado. A los límites sólo se llega con la investigación y el experimento, que es precisamente lo que nos ofrecen los artistas conceptuales, sin menosprecio de los materiales para expresar sus poéticas y la sesgada mirada de un autor hacia el mundo en el que estamos inmersos. Encerrar animales en formol no es nada nuevo, pero si hacerlos objetos de culto y con cotizaciones millonarias en el mercado del arte.
Ejemplos del uso de materiales orgánicos en el arte hay miles, como variadas son las prácticas y los conceptos que se muestran a través de ellos. La madera y el lino, telas y pigmentos han sido nutridos por la naturaleza y transformados sabiamente por la mano del artesano durante la historia de los estilos artísticos. Normalmente los pueblos y sociedades tenían una preferencia determinada por diversos materiales, bien por su disponibilidad o porque encarnaban a la perfección la idea que se pretendía transmitir. La grandeza e inmutabilidad del granito y basalto en la escultura de los imperios egipcios, la nobleza y eternidad del mármol en la escultura renacentista, la expresividad casi viva de la madera en los pasos del barroco, siempre buscando su perpetuidad para mayor gloria del contexto que las produce. Las vanguardias y la amalgama de estilos y poéticas que produjo buscaron en los nuevos materiales vías de expresión a conceptos antes irrepresentable con las materiales tradicionales. Así el arte se acerco a lo efímero, a la fugaz, a una vida útil de la obra con fecha de caducidad frente al efecto plástico que se podía conseguir con los materiales perecederos. Hoy en día no nos sorprendemos si entramos a la sala del museo de arte contemporáneo y nos encontramos con una montaña de basura aireada con ventiladores y máquinas de humo, como Tim Noble y Sue Webster expusieron en
la Royal Academy of Arts de Londres
. Basura, excrementos, deposiciones de todo tipo y animales momificados entran en el gran circo que es el arte en la actualidad.
Pero otros materiales están irrumpiendo en el arte conceptual del siglo XX. Algo orgánico, suculento, capaz de cautivar el deseo en su justa preparación o la repugnancia en su proceso de descomposición. Materiales que se escapan al dominio del artista, pero que aun así trabaja para transmitir ideas y sensaciones inmanentes a nuestra propia experiencia vital. Objetos cotidianos, reconocibles por casi toda la humanidad y que suscitan desconcierto cuando se sitúan en un espacio tan restringido hasta ahora como los museos y las salas de exposición. Los alimentos, la comida, las materias primas orgánicas de la cocina han entrado dentro de los discursos de numerosos artistas y colectivos, en un uso desvirtuado de ella en cuanto a mera necesidad nutritiva del cuerpo. La comida como objeto del arte nos sitúa en una encrucijada conceptual, en la que vemos con una claridad total la capacidad expresiva de los materiales presentes en la naturaleza, que han estado vivos y animados y a los que en determinadas ocasiones se les priva de su defunción natural perpetuándolos mediante diversas técnicas en las obras que los encierran. En una sociedad del consumo como la occidental, era de prever que la comida, democratizada y al alcance de todos se convirtiese en un icono por si mismo y en portadora de numerosas metáforas estéticas y vitales, tan del gusto de los artistas conceptuales.
Numerosos artistas han incorporado alimentos reales a sus obras. Daniel Spoerri, Marcel Broodthaers, Meter Fischili, David Weiss, Paul McCarthy, Alison Knowles, Antoni Miralda o Rirkrit Tiravanija entre otros han utilizado los alimentos desvirtuándolos de su naturaleza comestible para pasar a ser objetos destinados a la contemplación. El
performance ha sabido explotar como ninguna disciplina las posibilidades conceptuales de la comida. La artista Vanessa Beecroft en su acción VB52 sentó en una gran mesa corrida a 32 modelos enfrente de una colección de viandas con el denominador común del rojo en su color predominante. Tomates, cerezas, vino, fresas, espaguetis, todo dando un aspecto inquietante, apenas tocado por las modelos que contemplan la comida con una expresión de asqueo en sus rostros
. Otros artistas de la acción contemplan la comida en sus
performances de un modo más lúdico y participativo, como
Alison Knowles, miembro fundadora del grupo Fluxus, quien en
1962 creo una acción colectiva que invitaba bajo el sugestivo nombre de Make a salad a fabricar una gigantesca ensalada compuesta de lechuga, pepino, tomate, zanahoria con una vinagreta de aceite, vinagre balsámico y finas hierbas. Esta acción se volvió a repetir en el Tate Modern en 2008, reuniendo a unas 3.000 personas que observaban como la artista escoltada por una legión de cocineros tiraba los ingredientes de la ensalada desde una planta superior hacia una gigantesca tela verde, que hacia las veces de ensaladera. En un acto participativo se buscaba la comunión entre arte y comida, pero haciendo valer la condición artística de la autora frente a sus capacidades culinarias. Gordon Matta-Clark fue más allá por su parte, utilizando técnicas de cocción como la fritura para hacer sus Photo-Fry. En su poética conceptual y amiga de los objetos diarios, estuvo especialmente atraído por la cocina llegando a abrir un restaurante en Nueva York gestionado por artistas. ¿Serian sus fotos fritas parte de la carta?
Desde Leonardo, la cocina ideada por los genios del arte no ha suscitado un especial interés por parte del gran público (Leonardo casi muere a manos de unos descontentos comensales en el restaurante en el que trabajó) porque en su mayoría obedecen más al gusto estético de sus autores que a la cuidada selección de elementos sabrosos que practican los cocineros. Para los artistas el hecho de insertar alimentos o técnicas y materiales propios de la cocina en las obras obedece a una intención más expresiva que culinaria, trasladando al igual que otros objetos de la vida cotidiana al mundo del arte en pos del discurso artístico, sin importar en la mayoría de las ocasiones el natural tratamiento de un cocinero hacia su materia prima diaria. No hay pie para la confusión en el uso de los alimentos en el arte. Estos son un medio en sí, no son los protagonistas de la puesta en acción. Pero, ¿que sucede cuando un chef se arriesga a pasar del ámbito de su cocina al mundo de lo artístico?
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